lunes, 9 de agosto de 2021

Le Lac

                                   



Así siempre empujados hacia nuevas orillas,
en la noche sin fin
que no tiene retorno,
¿no podremos jamás en el mar de los tiempos 
echar ancla algún día?
 

Lago, apenas el año ya concluye su curso y muy cerca del agua donde yo le di cita, mira, vengo a sentarme solo sobre esta piedra donde ayer se sentaba.

Tú bramabas así bajo estas mismas rocas, te rompías con furia en su herido costado; así el viento arrojaba tus oleajes de espuma a sus pies adorados.

Una tarde, ¿te acuerdas?, en silencio bogaba entre el agua y los cielos a lo lejos se oía solamente el rumor de los remos golpeando tu armonioso cristal.

De repente una música que ignoraba la tierra despertó de la orilla encantada los ecos; prestó oídos el agua y la voz tan amada pronunció estas palabras:

«Tiempo, no vueles más. Que las horas propicias interrumpan su curso. ¡Oh, dejadnos gozar de las breves delicias de este día tan bello!

Todos los desdichados aquí abajo os imploran: sed para ellos muy raudas. Con los días quitadles el mal que les consume; olvidad al feliz.

Mas en vano yo pido unos instantes más, ya que el tiempo me huye. A esta noche repito: «Sé más lenta», y la aurora ya disipa la noche.

¡Oh, sí, amémonos, pues, y gocemos del tiempo fugitivo, de prisa! Para el hombre no hay puerto, no hay orillas del tiempo, fluye mientras pasamos.»

Tiempo adusto, ¿es posible que estas horas divinas en que amor nos ofrece sin medida la dicha de nosotros se alejen con la misma presteza que los días de llanto?

¿No podremos jamás conservar ni su huella? ¿Para siempre pasados? ¿Por completo perdidos? Lo que el tiempo nos dio, lo que el tiempo ha borrado, ¿no lo va a devolver?

                            Le Lac 

El Lago de Alphonse de Lamartine


Recuerdo que este poema del gran Lamartine nos lo hizo aprender de memoria el profesor de francés. Estimo que está entre los tres o cuatro más bellos, profundos y emocionantes de toda la poesía. En su idioma original, el francés, es mucho más melódico y sentido. Con 17 años, cuando los amores, en muchos casos llenos de romanticismo, impregnaban aquella vida dura de estudiante interno, volcarse en sus versos, era todo un revulsivo lleno de melancolía que aunque pareciera que ensalzaba la tristeza, acariciaba los recovecos del espíritu e infundía ánimo por la lucha y la vida dentro de las dificultades.


Hace dos meses, escribía aquí mi anterior entrada, dos meses para cambiar un poco lugares y situaciones, que han pasado en un pispás. Ya lo dice el poema: no podemos pedir que la noche sea más lenta, ni un instante se para el tiempo. Pasan las horas felices y las de llanto. Para nuestra desgracia encima las primeras nos pasan veloces y las segundas parecen nunca acabar. Los días no van a interrumpir su curso por mucho que imploremos.


Veo una forma de plantarle cara al tiempo. Sí, ante su despotismo y tiranía para no concedernos ni un minuto de tregua en su caminar imperturbable, la mejor manera de responder es aprovecharnos al límite de él, no permitir que pase sin más porque tiene que pasar, estrujar cada instante en vivir. Vivir para trabajar, para amar, también "vivir"      cuando sufrimos, vivir para descansar, vivir para divertirse, vivir para hacer mucho, dentro de nuestras posibilidades pero también, según las circunstancias; vivir para no hacer nada. No permitir que pase sin que nuestra huella, por muy pequeña que fuera, quede marcada en su lomo galopante.


Y pasará agosto, septiembre... y diremos aquella frase que ya oímos a nuestras abuelas y que entonces nos parecía tan exagerada y mentirosa: esta vida son dos días. Son fechas en las que la mayoría de los que lo pueden hacer, están de vacaciones, pero son muchos más los que no las han tenido y muchísimos los que nunca las tendrán.  Todo es vida, con las condiciones de cada existencia y cada caso, pero es lo que hay, intentemos mejorarlo, pero como dice el poema de Lamartine: amémonos y gocemos del tiempo fugitivo, vivamos.