Santo Tormentero, el último día de enero, otro mes más para el recuerdo en las "historias" de nuestras vidas. Desde mi ventana las guías de los abetos se confunden con el cielo. Verdes que contrastan con otros árboles que van dejando caer sus hojas al suelo. Nublados y cielos abiertos, sombras y rayos de sol que se van sucediendo. Más allá en el horizonte una Candamia de pinos verdes flanqueada por tierras de labor que alternan sembrados con tierras sin labrar. También, qué casualidad, desde el mirados privilegiado que disfruto aparecen el contraste de una guardería al lado y un poco al fondo; una residencia de ancianos.
Normalidad es alegría pero también tristeza, es vivir pero también morir. Nos estamos acostumbrando tanto a la muerte, que cuando no nos toca muy de cerca con seres queridos, la miramos de soslayo, como si no fuera con nosotros, para seguir con nuestras ocupaciones. Es cierto, la vida sigue y mientras se vive, si se disfruta de un mínimo de salud, bienestar; el motivo principal debiera ser aprovechar todo lo bueno que se nos puede ofrecer aunque a veces sea difícil, como ocurre ahora, viendo tanta desolación, tanto dolor, tantas vidas perdidas por todas partes.
Pero, no sé porqué, la condición humana, es necia muy necia. Tanto; que ni siquiera en esta situación parece darse cuenta que lo más importante es trabajar por la vida de todos, lo cual además, hoy más que nunca, es preservar y cuidar de nuestra vida. No sé qué tiene que suceder para que dejemos de mirarnos tanto al ombligo y esparzamos nuestra mirada a los demás, qué tiene que pasar para dejar oportunismos materiales, políticos, sociales y pensar en el bien de común.
Pues nada; la trampa, la mentira, el egoísmo y la maldad; siguen en las más altas instancias. ¡Quien sabe si en algún momento, ya con el agua al cuello, se pretenda cambiar y sea ya demasiado tarde!