Sigue con sus últimas horas de la tarde este triste día de invierno, un día de esos en los que se podría decir que no se pone el sol porque no se ha dejado ver uno solo de sus rayos. Un día lluvioso y frío, de los que calan hasta lo más profundo del cuerpo y del espíritu. Un día para abrigarse, protegerse de tanta inclemencia atmosférica y sentimental. Pero es igual los tambaleos de desasosiego, los sentimientos de pena, los dardos de malestar, los pesares de desamparo; parecen todos de acuerdo para que la vida tiemble más que nunca y uno se sienta naufrago en el olvido del océano de la existencia.
Hay sí, días como hoy, en que uno se ve tan desprotegido, tan bamboleado, tan hundido que a lo único que aspira ya no es a vivir sino a sobrevivir como pueda en espera de tiempos mejores. Van y vienen todos estos sentimientos pero a la vez, también de cuando en cuando, el resplandor de una luz que sale de muy dentro, advierte que la vida sigue, que hasta puede estar bien sentirse mal, incluso abandonarse, pero solo para coger más impulso y fuerzas para seguir con más ímpetu adelante.
Pasan recuerdos de un tiempo bueno que pudo ser mejor, un presente que ahora aparece con un incremento exponencial de males y padecimientos, un futuro que por mucho que intentemos evitarlo, siempre trae su margen de imprevisión e incertidumbre. Pasan inexorablemente los años, los recuerdos se amontonan y los proyectos caen en picado y uno tiene que, muchas veces, cambiar a proyectos nuevos con más o menos trascendencia pero con tanta o más ilusión.
Recuerdo aquellas procesiones; Vitorino pujaba a Jesús en la cruz delante, detrás la otra cruz pequeña rodeada con los faroles, seguíamos los chavales de la escuela en dos filas, derechos como una vela, que así nos lo exigía D. Eulogio, el maestro. El cura, D. Ramón, venía después, seguido por la Virgen llevada en las andas y ya los demás feligreses. Yo miraba a Vitorino, le veía sudando como un pato, como muy cansado, tenía cara de estar haciendo un gran esfuerzo, incluso sentía pena y temía que la cruz se le pudiera caer encima, pero siempre aguantaba hasta el final.
El Cristo de Palazuelo |
También recuerdo a Vitorino en su bici, iba con la manos metidas en los bolsos y "temía" que se la pegara. Si no le pasaba nada podía caerse, me reiría un poco, pensaba yo; pero nunca se cayó. Vitorino que antes de entrar en la FASA de Valladolid, cultivaba el campo con su yunta, como se hacía entonces. Él solo se las apañaba poniendo con su "arte" las gavillas colocadas en el carro desde el suelo cuando lo normal era que otra persona hiciera arriba este trabajo. Vitorino en tantos recuerdos y cosas buenas. De larga conversación, de sonrisa cómplice.
Hace unas horas, después de años de enfermedades y padecimiento, cuando parecía que había experimentado una pequeña mejoría; se ha ido para siempre Vitorino. Sirvan estas anécdotas a modo de pequeño apunte de su bien y buen hacer por esta vida. No, es que te haya llegado el día de las alabanzas, como a ti mismo te hoy decir más de una vez; es que es lo que fuiste, lo que Vitorino fue: trabajo, sufrimiento, alegría, honradez.
Nunca te olvidaremos. Querido primo: nunca te olvidaré.
Descansa en paz.
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