Don Benjamín Panera, natural de Sahelices del Payuelo, fue el cura del pueblo, del mío; durante más de 20 años. El sábado asistimos a su misa de funeral en la parroquia de Jesús Divino Obrero. A sus 82 años, había tenido estos últimos problemas graves con la salud, que sobrellevaba con gran ejemplaridad, confiando en la Providencia a la vez que aceptaba con espíritu cristiano su disposición para que Dios le llevase cuando quisiera.
Lo primero que hizo al llegar a la parroquia fue visitar uno por uno a todos los feligreses interesándose por todos los aspectos de su vida, incluso anotando lo que creía más importante. Pronto se hizo con el afecto y el respeto de todos. Con su bonhomía, su trato cercano, dicharachero y amable, su sonrisa, su mirada penetrante escondida tras sus gafas. Siempre dispuesto a atender en lo que pudiera. La gente se arremolinaba a su alrededor porque todos tenían cabida para dar sus opiniones sobre horarios, cultos o cualquier asunto que se cruzara.
De alguna manera era un cura conservador, de los de antes, en cuanto a seguir las tradiciones y también moderno por su versatilidad, enfoque y trato de algunos temas. Nos casó, bautizó a nuestro hijo... Hasta en esos actos sacramentales se le escapaba la sonrisa por más que su seriedad transcendiera en los momentos cumbres de las celebraciones. Tenía un hermano mayor, también sacerdote, don Fidel, fallecido hace años, que a veces le ayudaba con los pueblos y que tuvo la valentía de ir con 65 años para Sudamerica a pastorear una diócesis.
Siempre con la misma seriana beige, siempre con el mismo coche ZX, intentando llegar a punto al mayor número de celebraciones posibles en los numerosos pueblos a él encomendados. Recuerdo muy especialmente aquel día de Navidad, estaba la misa puesta para las diez pero había caído por la noche una gran nevada, unos 30 cm. Recogidos en nuestra casas, lo que menos pensábamos era en ir a misa porque pensábamos que no la habría. Se asomó Ofelia a la puerta y vio al fondo de la calle la Iglesia cómo una persona pequeña subía como dando saltos por la nieve. La parecía imposible pero era cierto: era el Cura que no pudo entrar en el pueblo con el coche y lo había dejado al borde de la carretera para subir a la iglesia andando. Al poco tiempo se oyeron las campanas y la misa se celebró si bien apenas acudimos media docena.
Una gran persona, un gran cura, que nos atendió lo mejor que pudo, que fue mucho y al que tenemos que estar muy agradecidos. Descansa en Paz, don Benjamín.
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