miércoles, 21 de diciembre de 2016

Por favor, no dar mazazos

El pasado martes Mariano Rajoy fue  el primer  presidente español que presidía el Consejo de Seguridad de la ONU. Echó un largo discurso donde tocó casi todos los problemas que a nivel mundial  atañen a todo el planeta: Siria, Corea del Norte, Terrorismo Islámico, ISIS,  Cuerno de África, Afganistán, Desarrollo América Latina, Próximo Oriente, Armamento Nuclear en Irán, Moratoria Universal de la Pena de Muerte… Por su puesto un discurso, más o menos, para quedar bien con todo el mundo y comprometerse  para todo lo bueno pero sin concretar mucho de nada.

Cabría pensar que lo que más transcendería  de esa estancia del Presidente sería precisamente ese discurso o alguno de los actos desarrollados, pero parece que no, lo que más ha pregonado la prensa, tanto escrita como digital, ha sido las habilidades del orador Mariano para manejar  el mazo de la Presidencia, todo porque al parecer no le imprimió a la herramienta en cuestión la fuerza y el toque oportuno.

Casi todos los medios hablan de la falta de tino para desarrollar esa función "básica" pero algunos, como por ejemplo el libelo-panfleto "EL PLURAL", autodenominado periódico digital progresista, de Enriq Sopena, que expone la cuestión de esta forma: "momentos ridículos en la sede de Naciones Unidas. Los momentos hilarantes de don Rajoy al frente de Naciones Unidas no se quedaron ahí, porque el presidente del Gobierno tenía a su disposición un emblemático martillo de madera como los que usan los jueces de las películas americanas. Con él, Rajoy demostró un ímpetu digno de un superhéroe y el primer mazazo a punto estuvo de tumbar la mesa"

Así que según este libelo, Rajoy hizo el ridículo pero no por sus actos o palabras, sino por dar unos  mazazos más fuertes  de lo normal. De todas formas independientemente de criticar los mazazos podía a renglón seguido analizar el discurso y demás pero eso parece que no le interesaba. La pregunta es: qué información y qué consecuencias puede sacar quien lea un periódico como este y no sepa de qué va.

Lo he escrito en alguna otra ocasión, es patético los medios de información que tenemos, todos escorados a una u otra parte aunque unos más que otros. Ni siquiera los medios públicos como las  televisiones autonómicas o la misma TVE  se comportan como independientes sino que siempre están apoyando al gobierno de turno.  Triste, pero es lo que hay, pero eso sí todos pontificando que son los mejores y la única verdad es la suya. ¡Qué lastima!


Begoña: Mercería y lencería. Atención y precio a su servicio.
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Seriedad, economía y eficacia.




viernes, 16 de diciembre de 2016

A ver si aprendemos


En  nuestro pequeño entorno parece respirarse en todas partes ya la Navidad, todo son adornos, nacimientos, felicitaciones y buenos deseos; pero la vida sigue también en estas fechas y también siguen los problemas, las enfermedades, las desgracias, las guerras. Problemas que muchas veces parecen inevitables y otras da la impresión que les vamos buscando.  Enfermedades y desgracias que la condición humana lleva a sus espaldas. Guerras que siempre hay quien pretende  justificar  pero que en ningún caso pueden tener justificación cuando la mayoría de la gente que en ellas muere son inocentes.

Tragedia, desolación y caos en  Alepo.  Imagen diario "El Mundo"
En estos días nos impresiona la cantidad de personas que huyen desesperadamente de la guerra de Siria en la ciudad de Alepo para impedir que les maten por el solo hecho, en la mayoría de los casos, de estar en una ciudad y en una zona rebelde, como  más o menos, pasa en otras partes de aquel país a los del bando contrario. Me imagino que como en España: unos eran nacionales o republicanos según les tocó en suerte los que en la región tenían el control. Sí, es que las guerras siempre se complican. Empieza con lo que parecía una guerra civil para derrocar al dictador Al Asad y al final como siempre países como Rusia, Irán, y algunos europeos que dicen que se meten con la intención de acabar con el conflicto y lo que hacen es agudizarlo más. Por si era poco,  hasta el radicalismo de la religión islámica y los terroristas de Daesh entran en la refriega para hacerla más cruel si cabe.

Puede  que en estos casos lo más terrible,  no sean los bombarderos tirando bombas de racimo que caen sobre la población inocente  sino el odio y la falta de respeto capaz de suscitar sentimientos que promuevan y justifiquen tales  actos. Los que en  otras ocasiones parecían estar tanto en contra de las guerras parece que ahora se hubieran quedado mudos. Fanáticos siempre aparecen en todas las guerras y en todas las partes. Nunca se puede justificar el asesinato masivo de civiles, de niños de  gente que estaba o pasaba por allí.

Las naciones poderosas que no llegan a  un acuerdo global en algo tan necesario como acabar con las guerras y una vez más saltan las alarmas y la pregunta de que para qué sirve la ONU. Más de 400.000 muertos en esta guerra fratricida,  a cientos un día y otro también y sin atisbos de solución  como no sea porque ya no quede población ni ciudad por arrasar.

Mientras aquí en España cuando apenas hace 80 años pasamos por algo parecido, hubo unos tiempos en la transición en que el pueblo se puso de acuerdo para pasar página y lo habíamos superado y nos habíamos olvidado de juzgar a nadie por aquel pasado, pero, oh sorpresa, ahora aparecen necios vociferantes que no vivieron nada de aquello y que quieren juzgarlo y rememorarlo otra vez a su manera. Si es que no aprenderemos. Claro la culpa mayor la tienen los que se dejan embaucar por sus mentiras y cantos de sirena. Vivimos en un país en democracia y en paz, ahora incluso con un gran crecimiento, también con dificultadas y cosas negativas. No busquemos problemas donde no los debería haber. Educación y respeto.

Pues eso que estamos ya en épocas navideñas, que son fechas propicias para reforzar los sentimientos de paz y de amor. Que deberíamos pensar que más allá de nuestra familia, nuestro pueblo, nuestra nación; también hay personas que pueden necesitar de nuestra ayuda, cariño y compresión, como en estos días la población de Alepo.


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miércoles, 7 de diciembre de 2016

El abuelo murió en casa por Navidad

El abuelo tenía más de 90 años y estaba ingresado. En los últimos años con frecuencia pasaba unos días en aquel lugar para hacer algún  "chapuz" y así poder seguir tirando por su vida. Esta vez probablemente sería la última, ya se lo había dicho el médico a su hija Lucia: su padre está en el tramo final, su corazón ya no da más, es como una  vela  que se acaba  y de la que apenas sale un hilito de luz. Se acercaban las navidades, probablemente el abuelo no saldría de esas fechas, Lucia no se lo pensó dos veces: quedaba tan poco tiempo que no merecía la pena "negociar" unos días más de supervivencia a costa de seguir ingresado, lo mejor era llevársele para casa en un tiempo tan especial.

Lo había decidido, llevaría a su padre con su familia. Aunque de la salud ya había poco que hablar  con el doctor, aquel día le esperó y le expuso sus deseos de llevarse al enfermo. El médico, un poco sorprendido, no era esa petición lo habitual en estos casos, mostró al principio su oposición pero pronto comprendió que la mujer tenía razón: —pues si usted así lo quiere, le prepararé los papeles para que se lo pueda llevar,  los tratamientos de supervivencia que aquí le damos  aunque a su casa algunos no se puedan llevar quien sabe si la entrega y el cariño los puedan compensar. Con una ambulancia por medio y unos minutos, no más, ya que el pueblo estaba cerca,  Manuel pasó de la cama del hospital a la suya de siempre.

Los chicos ya eran grandes, solo uno quedaba en casa,  que además era el encargado de ir al monte todos los años.      
—Mamá,  Navidad se acerca mañana te traeré el árbol.       
—Lo que tú hagas hijo,  pero yo casi paso. Ya  ves el Belén que tenemos en casa con el abuelo.                                                        
—Mamá pues yo creo que ese un motivo más para ponerle, será el último que él pueda ver.    
—Vale hijo como tú quieras. 

Al día siguiente, como todos los años, Lucia con el hijo y el marido que, por lo menos, les daba las faltas; colocaron la rama de pino lucida y engalanada a la entrada de la casa.
El abuelo requería muchas horas para estar bien atendido que Lucía estiraba  con creces para  estar a su lado sentada. Apenas balbuceaba, pero con paciencia y con amor ella le entendía casi todo.  La estaba diciendo algo pero no lo acababa de comprender. Los destellos navideños se colaban a la habitación del anciano. 
—Árbol,  luces. —parecía que murmuraba. 
—Sí papá, sí,  ya pusimos el árbol.  
—Coño, coño, no ver.        
—Sí papa, está ahí a la entrada.  
—Yo no  ver árbol, no veo árbol. —Como muy desasosegado.

La familia comprendió que el abuelo sufría porque no podía ver todo aquel "envoltorio", decidieron que la única solución era trasladarlo a su habitación y así lo hicieron. La mirada antes perdida del abuelo ahora se centraba minutos, horas, en las luces y todo alrededor. A veces, hasta incluso,  parecía que sonreía. El árbol ahora era su mayor motivo de  los mínimos comentarios. —Hija luces apagar porque fundir. Y Lucia apagaba un poco las luces para que se le fuera al abuelo el temor de que se fundieran. Ahora Manuel se atrevía levemente a señalar con la mano, una luz se había fundido, había que cambiarla. Parecía como si los graves problemas hubieran desaparecido y todo girara en torno al árbol.

Sí,  había sido un gran acierto ponerlo en la habitación del abuelo. Había menos miradas perdidas, menos cabezas cabizbajas, había incluso alguna vez algún atisbo de  sonrisa a cuenta de la rama. Puede que hasta fuera un gran motivo para seguir viviendo. Las Navidades a su fin tocaban, el abuelo allí seguía a pesar de que el médico había dicho que de ellas no saldría.

Pero los reyes les jugarían una mala pasada. El abuelo esa  mañana ya no tenía mirada, sus ojos permanecían cerrados, por más que su hija le hablara. Creo que ha llegado su hora, comentó Lucía a la familia que pronto se arremolinó en torno a la cama. El abuelo comenzó a respirar con mucha dificultad, jadeaba. ¡Se nos va! ¡Se nos va! De repente como en un espasmo abrió los ojos y como hipnotizado, pareció dirigir al árbol su postrera mirada.  El abuelo había muerto. El hijo se abrazó a su madre: ¡Mamá, mejor no pudo morir!