En aquellos tiempos no había panteones ni nichos en el cementerio, las tumbas estaban
sobre tierra, una ocasión magnifica para
que cuando se acercaba el día de Todos los Santos, los familiares acudieran
al cementerio para cavar y adornar con flores las sepulturas de sus
seres queridos. Yo también, desde niño, acompañaba a mi madre y a mi hermana para arreglar las nuestras. Primero limpiar abrojos y hierbas,
después adornarla toda con flores. Pequeñines y pequeños que ya habían fallecido, a ellos solo les
poníamos flores blancas y quedaban tan
bonitas que más que pena infundían alegría al mirarlas, más aún si nos decían
que estos en el cielo estaban.
Sensaciones de pequeños que aún no divisábamos el final de esta vida porque estaba muy lejos. Pero los años han
pasado, pasaron y pasan, muchos seres importantes en nuestra vida se han ido para siempre, en el cementerio ya hay tantas o más personas queridas y entrañables como en
la vida misma. Los días parece que pasan cada vez más de prisa, es inútil
obviarlo, todos, unos antes que
otros, pero estamos abocados a reposar
en el mármol.
Hoy, día de todos los Santos cuando recuerdo aquellas
tumbas llenas de flores:
Quisiera que los
panteones
y nichos se
deshicieran
y poder plantar mis
flores
en esa bendita tierra.
Tal vez alguna
semilla
hasta germinar pudiera,
puede que alguna lagrima
a sus huesos
accediera.
Para curar el olvido,
para decir que estoy
cerca,
para que mis palabras,
más fácil oírlas
fuera.
Para que mis recuerdos,
penetraran con más fuerza.
Recordando viejos tiempos,
añorando sendas nuevas.
Que sepas que no te
olvido,
lo que de vida me quede
siempre estarás
conmigo,
y también después de
muerto.