Estamos en octubre, 15 de octubre, es una mañana fresca y
lluviosa de otoño que va pidiendo ya que aparezcan por el aire los humos de calefacciones.
Esa lluvia que cae floja y persistente, ese día nublado, esas hojas que comienzan
a desprenderse… todo parece como si nos quisiera imbuir en una cierta tristeza y melancolía. La vida sigue, como
dice en su canción Julio Iglesias, la
Vida con mayúsculas. Nada ni nadie puede
detener ni un segundo el caminar imperturbable de los días.
Unos nacen, otros mueren. Unos viven,
otros sobreviven. Unos gozan, otros sufren. Unos confían en el futuro, a otros
les embarga la desesperanza. Unos los tienen todo, incluso en exceso y otros
apenas un hálito de vida para llegar a
mañana.
Vivimos en un mundo egoísta y
cruel. En un mundo donde se asusta una nación entera porque ha aparecido un
brote ébola, pero esa misma ciudadanía permanece impávida cuando sabe que la misma enfermedad está causando miles de muertes a unos pocos cientos de kilómetros.
Gente que en unos lugares se preocupa
porque tiene algún kilo de más, o algún euro de menos para cambiar de casa o de
coche, mientras en otros el hambre hace
estragos y siembra miles de muertes a diario, especialmente entre los niños.
Y la vida sigue: unos seguirán
luchando por escalar puestos y dinero en la sociedad y habrá otros que lo poco
que tienen lo compartirán. Y los ricos, los adelantados, los civilizados,
controlarán a tope su descendencia para no perder comodidad y los otros
seguirán engendrando grandes proles como un desafío a la miseria, con la
esperanza de que algunos puedan con ella. Los hijos de unos irán a
la universidad, los de los otros, si sobreviven, desde niños trabajaran.
Pero, como digo, la vida sigue.
Unos cambiaran de canal de TV, pasarán la página del periódico, cuando les
hablen de los otros. Los otros seguirán suplicando a los primeros para que les
den unas migajas del gran trozo de esa hogaza, que en justicia les pertenece. Y
la vida sigue. ¿Hasta cuándo podrá seguir así?
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