Hay mucha, muchísima gente buena |
Con frecuencia, puede que con demasiada, servidor se dedica desde este
humilde blog a la crítica de situaciones o posturas que se encuentra,
sobre todo en lo que concierne a las relaciones de sociedad y función
pública. Hoy, debe de ser porque están cerca la vacaciones y uno se siente mejor, quiero ver el lado positivo de la vida, de tantos casos y
cosas como se nos cruzan en nuestro camino y que probablemente no les
damos la importancia que se merecen.
Hace unos días circulaba en mi coche a la Bañeza, en la última recta antes
de Benabides advertí como un todo terreno venía dando bandazos saliéndose
al final de la calzada y empotrándose contra unos árboles. Aparqué lo antes que
pude y me dirigí al lugar del siniestro, allí dos hombres de mediana edad
sacaban de entre el amasijo de hierros en volandas al conductor
cuando el vehículo echaba humo por todas partes a la vez que una tercera
persona armada con un cubo acarreaba agua de la acequia para tirarlo por
donde tanto ahumaba. Cuando ya todo se quedó en hierros empotrados pero en lo
personal poco más de un susto alguien preguntó:
—Pero con tanto calor y tanto humo, además un coche de gasolina: ¿no
tenías miedo de que se incendiara y explotara?
—Bueno sí que se me pasó por la cabeza esa posibilidad, pero no
importaba, lo que mandaba mi mente era que había que sacar al señor cuanto
antes y como fuera. —Contestó uno de ellos.
Pedro es un compañero de trabajo que todas las semanas saca una tarde a un señor
del centro donde está internado a dar un paseo que dura horas. Me dice que es
un tío problemático, que no tiene a nadie que le vaya a visitar, y que a veces
se las ha hecho pasar canutas como aquella que le puso un cuchillo hurtado del comedor, en el pecho porque no quería volver al Centro. Pero
da igual, Pedro cada semana sigue puntual a su cita.
—Pero no has pensado en dejar de ir a ver a verle cuando te hace esas
putadas?
—En esos momentos sí que se me ha pasado la idea por la cabeza, pero
enseguida lo desecho, es una de las citas más importantes para mí y no puedo
faltar. —Me respondió.
A Manolo lo conocí cuando estuve internado, tuvo una caída tonta de
bici, como él dice, y se quedó en silla de ruedas. Lleva su desgracia con la
resignación y sobre todo el humor que pueden darle sus fuerzas. Su
hermana Carmen es su ángel de la guarda, siempre me ha admirado la complicidad
y el buen rollo que hay entre ambos, siempre pendiente, siempre a su lado
cuando la necesita. Pero está casada y tiene una familia a la que
también ha de atender. Ella saca tiempo y fuerzas para todos pero sobre
todo para no dejar a Manolo nunca tirado. Por lo que observo, en ello
también cuenta que su marido y sus hijos, no solo no le ponen pegas ni
recriminan su dedicación a su hermano, sino que se sienten orgullosos de que
Carmen sea así.
Puede haber mucha gente negativa pero también hay gente fenomenal, estupenda por todas partes: esos padres llevando con inmenso amor por la vida a sus hijos discapacitados, familiares que apuran hasta el último momento sus fuerzas antes de internar a sus seres queridos en residencias, personas, por doquier, que aparcan su bienestar personal para dedicarse a vivir y luchar por el bien de los demás. Hoy quiero olvidarme de macarras, sinvergüenzas y egoístas y pensar en toda esa gente buena que nos rodea. Al fin y al cabo son los que hacen que a pesar de todos los males, el mundo siga adelante. También, hoy, quisiera despedirme por una temporada de pantalla y teclado.
Buen
verano.
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