Una semana hace de la muerte de la niña Asunta.
Comentada la noticia hasta la saciedad en todos los medios informativos todos
los días, el sábado llegó al culmen: los programas de mayor audiencia de la TV en prime time estuvieron como
buitres rondando alrededor de la
carnaza. Allí estaban los tertulianos de postín, los especialistas de fama, los
opinadores de todo, para compungirse y
arremeter durante más de dos horas contra todo lo que se moviera alrededor de
la niña. Convirtieron el estudio en una sala de autopsia y con la niña puesta
encima de la mesa de debate se dedicaron como grajos a picotear en los
pensamientos y sentimientos más ocultos para sacar sus sesudas conclusiones y
sobre todo, y esto es lo triste del caso, para subir la audiencia.
Una cosa es la noticia y el
comentario equilibrado y otra muy diferente el regodeo y manoseo por TV de la muerte de la niña, con sus picos afilados
penetrando en su espíritu desde su
púlpitos de personas honorables que parecían sentirse agraviados por la
condición humana. ¿Pero no eran estos los que hablaban hace nada del respeto
por los niños? ¿Se preguntaron alguna
vez si no estaban removiendo demasiado las entrañas? ¡Qué país! Está
prohibido sacar por TV la imagen de un menor pero se puede elucubrar durante horas sin respeto alguno en su vida.
Y todos estos, ¡qué! |