jueves, 5 de diciembre de 2013

Era otra Inmaculada

Este domingo 8 de diciembre es la fiesta de la Inmaculada. Es una de las dos fiestas menores del pueblo. La mayor con dos días de fiesta el 8 y 9 de septiembre, otra en mayo el último día de la novena  y esta de diciembre.  Ahora solo hay música, si la hay,  en la fiesta principal.  Antes los mozos eran los encargados de buscar y pagar los músicos para los días de fiesta y bien que lo hacían para las tres fiestas  que se celebraban.

La inmaculada, la Patrona
Para los dos días de la más importante una orquesta de tres o cuatro contrataban, para los otras dos menores, con Fausto que tocaba el tambor y Kiriko que  la gaita soplaba, la cosa se arreglaba. Fausto era gordo, bajo, canoso, dicharachero.  Kirico: alto enjuto. Un poco como Quijote y Sancho. Los niños nos quedábamos boquiabiertos viendo el manejo de palillos que al tambor  Fausto  le daba.

Sí, era lo que marcaba la fiesta: los músicos y Nati la caramelera. En la que se hacía este mes,  a poco más de media tarde comenzaban a tocar, las mozas y mozos, desde antes incluso allí estaban. Mozos trajeados con corbata, camisa bien planchada aunque fuera de aquellas que parecían siempre arrugadas, zapatos lustrados con punteras bien marcadas y unos milímetros de suela por donde el frío atacaba. Las mozas con sus vestidos, también con sus abrigos, sus zapatos con tacones, que a veces, al incrustarse en la húmeda pradera, allí quedaban. Entonces no había ropa de verano, entretiempo, invierno; era siempre la misma, simplemente la cantidad de ropa que se llevaba puesta era la que el frío o calor en cada caso aconsejaban. Todos, aunque no hubiera cuartos de baño, bien acicalados bien peinados, con los pelos, la mayoría revisados por el barbero, la última semana.  ¡Qué diferencia con ahora que parece que a nadie le importa nada!

Los chavales alrededor de  Nati para de vez en cuando  gastar alguna perra gorda de las presuntas propinas o las  que nos había dado D. Ramón a los monaguillos: comprando golosinas, pistolas de agua, restralletes, que eran como cabezas de cerillas grandes que al frotarlos contra un canto rechisporroteaban, chucherías de nada.

La música debía seguir hasta las once y poco, los chicos  hacía rato que nos habíamos retirado. Calles sin asfaltar, sin iluminación, con algún charco inesperado, que los mozos y mozas mientras iban para casa cortejando sorteaban aunque sus zapatos, como los de casi todos, lo normal era que acababaran el día adornados de barro. 

Un poco de lo fue la Inmaculada. Con muy pocos medios, de pasar mucho frío, pero también fiesta llena de toneladas de magia de ilusión y fantasía.



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