miércoles, 14 de enero de 2015

Nieblas

—Es que este tiempo me está cansando ya, —me decía una compañera—. Llevamos no sé cuántos días con niebla, y ya empieza a ponerme de los nervios.  Ni las luces antiniebla ni nada,  va una en el coche medio vendida,  vas andando y todo parece triste, en Navidad parece que no me da tanto repelús, pero ya pasó. 
 —Recuerda que estamos en enero, el mes más crudo del invierno. Es normal que haya niebla, lluvia, frío. —Le contesté.                    
 —Ya pero es que se pasa de la raya tantos días ya me oprime hasta el corazón, tira mi moral por los suelos.  —Seguía diciendo.      
   —Es lo que hay amiga, mejor tomarlo con buena filosofía, ya sabes que con el tiempo no podemos hacer nada. A ver si esto cambia. Que te vaya bien.

Es así, la niebla a la mayoría de las personas no les hace nada gracia. Recuerdo que para que se curasen los chorizos y jamones cuando hacíamos la matanza en el pueblo,  también era mala, pero había un remedio contra ella: en la cocina de horno poner más lumbre, más humo, más fuego.

La niebla peor no  es esa nube a ras de tierra que nubla la vista, dificulta la movilidad y encoje el espíritu, hay circunstancias que producen nieblas bastante más dañinas.  La niebla que lanza el egoísmo que le impide al egoísta ver tres palmos más allá de sus propias narices. La niebla de la soledad, el desamor,  que destruye al que la padece haciéndole sentirse invisible, lejano, triste y olvidado.  La niebla que surge de la falta de ilusiones de trabajo, de futuro, de transcendencia, que circunscribe la existencia a un presente duro y sufrido. La  que brota de  la continua incertidumbre ante futuros  caminos  sin saber por cual tirar. La que acompaña el zarpazo del dolor, la enfermedad, la muerte. La enemistad  la incomprensión también traen nieblas que palidecen los lados positivos de las personas. ¡Tantos casos y cosas que nos pueden producir desesperanza, oscuridad… nieblas!

Nubes a ras de tierra que por doquier nos salen en los caminos. La aventura de nuestra vida donde hay inviernos, otoños, veranos, primaveras, con claros y oscuros, luces y nieblas. Nieblas adjuntas a la normalidad del otoño e invierno, pero que también pueden aparecer en veranos o primaveras de nuestra existencia, como si atravesáramos montañas o puertos.

Para combatir la niebla usamos la luz, los faros antiniebla, pero el mejor  y definitivo aliado contra ella es sin duda el sol. También contra esas nieblas del espíritu, del alma;  es bueno disponer de los faros de la  esperanza y el trabajo, las luces de la comprensión y la fortaleza, el sol del amor.



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