—Es que este tiempo me está cansando ya, —me decía una
compañera—. Llevamos no sé cuántos días con niebla, y ya empieza a ponerme de
los nervios. Ni las luces antiniebla ni
nada, va una en el coche medio
vendida, vas andando y todo parece
triste, en Navidad parece que no me da tanto repelús, pero ya pasó.
—Recuerda
que estamos en enero, el mes más crudo del invierno. Es normal que haya niebla,
lluvia, frío. —Le contesté.
—Ya pero es que se pasa de la raya tantos días ya me oprime hasta el
corazón, tira mi moral por los suelos. —Seguía diciendo.
—Es
lo que hay amiga, mejor tomarlo con buena filosofía, ya sabes que con el tiempo
no podemos hacer nada. A ver si esto cambia. Que te vaya bien.
Es así, la niebla a la mayoría de
las personas no les hace nada gracia. Recuerdo que para que se curasen
los chorizos y jamones cuando hacíamos la matanza en el pueblo, también era mala, pero había un remedio contra
ella: en la cocina de horno poner más lumbre, más humo, más fuego.
La niebla peor no es esa nube a ras de tierra que nubla la
vista, dificulta la movilidad y encoje el espíritu, hay circunstancias que
producen nieblas bastante más dañinas.
La niebla que lanza el egoísmo que le impide al egoísta ver tres palmos
más allá de sus propias narices. La niebla de la soledad, el desamor, que destruye al que la padece haciéndole
sentirse invisible, lejano, triste y olvidado. La niebla que surge de la falta de ilusiones
de trabajo, de futuro, de transcendencia, que
circunscribe la existencia a un presente duro y sufrido. La que brota de la continua incertidumbre ante futuros caminos sin saber por cual tirar. La que acompaña el zarpazo del dolor, la enfermedad, la muerte. La enemistad la incomprensión también traen nieblas que palidecen los lados positivos de las personas. ¡Tantos casos y cosas que nos pueden producir
desesperanza, oscuridad… nieblas!
Nubes a ras de tierra que por doquier
nos salen en los caminos. La aventura
de nuestra vida donde hay inviernos, otoños,
veranos, primaveras, con claros y oscuros, luces y nieblas. Nieblas adjuntas a la normalidad del otoño e invierno, pero que también pueden aparecer en veranos o primaveras de nuestra existencia, como si atravesáramos montañas o puertos.
Para combatir la
niebla usamos la luz, los faros antiniebla, pero el mejor y definitivo aliado contra ella es sin duda
el sol. También contra esas nieblas del espíritu, del alma; es bueno
disponer de los faros de la esperanza y el trabajo,
las luces de la comprensión y la fortaleza, el sol del amor.
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