Después de estar en la UCI unos días me subieron para una
habitación en planta con dos camas, aterricé en ella sin importarme el enfermo que estaba a
mi lado porque yo estaba centrado en mi dolor, me sentía muy desgraciado, me
había pillado un coche y estaba para el desguace, así que pensaba que tenía motivos para estar muy triste. Alimentar y vivir en esa tristeza era a lo
que dedicaba las horas. Veía que el que estaba a mi lado también debía estar bastante jodido porque tenía mucha
tubería y las enfermeras le visitaban con frecuencia, aunque el sí que hablaba,
sonreía y parecía como contento. Muy mal
no debe estar, pensaba yo. A los dos días
cuando ya empecé a salir un poco de mí mismo y poner más atención en lo que había alrededor descubrí en una conversación de su familia que Manolo, que así se llamaba el compañero, era parapléjico -un desafortunado accidente de bici- y su ingreso se debía a graves
síntomas estomacales.
Manolo tenía su problema de estómago, además
se movía por la vida en su silla de
ruedas y era simpático, sonriente y dicharachero, mientras yo, que presumiblemente aunque
tardase me recuperaría casi todo, era el amargado de la habitación. Pensar esto produjo una catarsis en mi mente y me
sentí culpable de avinagrar mi vida y la
de los demás. No me quedaba otra que
cambiar de actitud: comencé a dialogar con mi compañero, a reír sus gracias, a
intentar hacer las mías. Pronto entre los dos hicimos la habitación un lugar
divertido y agradable para las visitas y para nosotros mismos. Teníamos nuestros trucos para espantar las
visitas indeseadas o inoportunas y atraer las que nos interesaban, nos entendíamos y confabulábamos muy bien. Así pasamos unos días juntos alegres y contentos, hasta donde podíamos, dentro de nuestro dolor físico. Acabamos siendo
muy buenos amigos.
Esa actitud ante la desdicha, ese
cambio de estado de ánimo que gracias a Manolo se había producido en mí, creo
que fue decisivo para que mi recuperación fuera más rápida y mejor y sobre todo
más llevadera. No cabe duda el saber afrontar las dificultades es
fundamental para poderlas superar con
éxito y sufrir menos. Si tienes un
problema que no tiene solución, ¿para qué te preocupas? Y si tiene solución,
¿para qué te preocupas? (proverbio chino) Ya lo dice el refrán: no es más feliz el que más tiene sino quien menos necesita. No vive mejor quien tiene más facultades, sino quien mejor sabe "aprovecharlas".
Cierto que los males no
desaparecen por mucho que intentemos obviarlos. Se estaba cayendo desde un
noveno piso ya iba por el cuarto cuando le ve un vecino y le pregunta — ¿Qué tal? —Por ahora bien, —respondió el que estaba a punto de
estrellarse. No, no es eso, no es cuestión de auto-engañarse pero sí de ver el lado positivo de las cosas,
de sacar lo bueno que nos puede deparar cada ocasión, de saber que el cuerpo humano es una máquina maravillosa
capaz de solucionar casi todo a poco que le ayudemos, con quien tenemos que "llevarnos
bien" además de estarle contentos y agradecidos.
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