He cogido la manía de entrar en
el supermercado Lidl, me cae de camino muchas
veces, empecé pasando a hacer algún recado y como dos o tres días a la semana ponen a la venta artículos de jardinería,
herramientas y artilugios curiosos que alguna vez he comprado, me gusta de vez
en cuando curiosear a ver que hay.
Un día a la entrada del super encontré
un mendigo negro, joven y desarrapado sentado sobre una columna mientras al lado en
el suelo tenía un ejemplar de la Farola que debían vender los indigentes para sacar algo de
dinero. En sucesivos días me di cuenta
que siempre tenía el mismo ejemplar y por tanto no se trataba de vender sino de
pedir limosna. Empecé a darla alguna moneda lo que al principio se traducía en
un gesto frío con la cabeza, en poco tiempo pasó a ser un: gracias señor con una sonrisa. El que estaba al principio espatarrado de mala
manera ahora permanecía de pie siempre sonriente y alegre fueras cuando fueras
excepto la una o dos horas que debía tomarse para comer.
Iban pasando los días y al verle
tan alegre y abierto comencé a intercambiar con él cuatro palabras, después una mínima conversación. Ahora cuando me
veía venir ya a unos metros me decía: ¡buenos días papi! A mí me hacía mucha ilusión que me
saludara de esa forma. Se llamaba, se llama; Jonathan, vino de Sudán, allí ya
no tiene ninguna familia, todos sus familiares más cercanos murieron con la
hambruna y la guerra, solo le queda un hermano que vive en Madrid, En León vivía con su mujer y dos hijos de
corta edad, niño y niña. Cada vez hablábamos más, el me preguntaba por mí
familia yo por su mujer e hijos. Procuraba alguna vez tener pequeños
detalles con ellos que me compensaba con creces contándome como usaban los
niños lo que les había regalado, me traía también el agradecimiento de su
mujer, yo que sé demasiado. Si al fin eran apenas unos míseros euros lo que
dedicaba y con lo poco que me costaba no me merecía tanta sonrisa amabilidad y
gratitud. Alguna vez le insinuaba para que viniera a ayudarme en algún trabajo
en el campo, aunque nunca le llevé, siempre solicito estaba.
Quería dejar de pedir, un día me
pidió que le ayudara a buscar trabajo, quería hacerse con papeles. Yo le dije que lo intentaría aunque
sabiendo las circunstancias la probabilidad sería mínima y en estas estábamos. Hace ya más de un año cuando una mañana fui a
Lidl Jonathan a la puerta no estaba, me
pareció raro pero bueno pensé yo: estará mañana. Pero al día siguiente tampoco,
ni el otro, ni la siguiente semana. Esto
ya me mosqueaba, fui al colegio donde iban sus niños para ver si les veía o a su mujer… investigaciones fracasadas. Se habrá ido de "vacaciones" a Madrid a casa de su hermano,
donde me decía que muy de tarde en tarde iba algún fin de semana.
Ahora a la puerta del
supermercado se ponen a veces otros a pedir. Un señor sentado en una silla aparece
de vez en cuando. No seré yo quien le recrimine su postura hace muy bien
ponerse cómodo, pero Jonathan era otra cosa. Una señora con pinta de rumana
también me la encuentro con frecuencia por los aledaños, aborda a los
compradores de manera impetuosa para que le den algo. Solo faltaría que yo le afeara las formas de conseguir pan para sus
hijos, Jonathan era dulce y delicado.
Echo de menos
mucho a Jonatán. Era y es mi amigo pero no sé dónde se encuentra. Echo de menos
sus palabras, sus sonrisas, su alegría en la "desgracia", su calor humano. Me duele
no tener algún teléfono o dirección que de habérselo pedido estoy seguro que me
lo habría dado. Las páginas de este humilde blog pueden sobrevolar por todo el
mundo, existen los milagros. ¡Dónde andas Jonathan, amigo mío!
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