jueves, 7 de abril de 2016

¡Dónde andas, Jonathan!

He cogido la manía de entrar en el supermercado Lidl, me cae de camino muchas veces, empecé pasando a hacer algún recado y como dos o tres  días a la semana ponen a la venta artículos de jardinería, herramientas y artilugios curiosos que alguna vez he comprado, me gusta de vez en cuando curiosear  a ver que hay.

Un día a la entrada del super encontré un mendigo negro,  joven y desarrapado sentado sobre una columna mientras al lado en el suelo tenía un ejemplar de la Farola que debían  vender los indigentes para sacar algo de dinero. En sucesivos días me di cuenta que siempre tenía el mismo ejemplar y por tanto no se trataba de vender sino de pedir limosna. Empecé a darla alguna moneda lo que al principio se traducía en un gesto frío con la cabeza, en poco tiempo pasó a ser un: gracias  señor con una sonrisa.  El que estaba al principio espatarrado de mala manera ahora permanecía de pie siempre sonriente y alegre fueras cuando fueras excepto la una o dos horas que debía tomarse para comer.

Iban pasando los días y al verle tan alegre y abierto comencé a intercambiar con él cuatro palabras, después una mínima conversación. Ahora cuando me veía venir ya a unos metros me decía: ¡buenos días  papi! A mí me hacía mucha ilusión que me saludara de esa forma. Se llamaba, se llama; Jonathan, vino de Sudán, allí ya no tiene ninguna familia, todos sus familiares más cercanos murieron con la hambruna y la guerra, solo le queda un hermano que vive  en Madrid,  En León vivía con su mujer y dos hijos de corta edad, niño y niña. Cada vez hablábamos más, el me preguntaba por mí familia yo por su mujer e hijos. Procuraba alguna vez tener pequeños detalles con ellos que me compensaba con creces contándome como usaban los niños lo que les había regalado, me traía también el agradecimiento de su mujer, yo que sé demasiado. Si al fin eran apenas unos míseros euros lo que dedicaba y con lo poco que me costaba no me merecía tanta sonrisa amabilidad y gratitud. Alguna vez le insinuaba para que viniera a ayudarme en algún trabajo en el campo, aunque nunca le llevé, siempre solicito estaba.

Quería dejar de pedir, un día me pidió que le ayudara a buscar trabajo, quería hacerse con papeles. Yo le dije que lo intentaría aunque sabiendo las circunstancias la probabilidad sería mínima y en estas estábamos.  Hace ya más de un año cuando una mañana fui a Lidl  Jonathan a la puerta no estaba, me pareció raro pero bueno pensé yo: estará mañana. Pero al día siguiente tampoco, ni el otro, ni la siguiente semana. Esto ya me mosqueaba, fui al colegio donde iban sus niños para ver si les veía o a su mujer… investigaciones fracasadas. Se habrá ido de  "vacaciones" a Madrid a casa de su hermano, donde me decía que muy de tarde en tarde iba algún fin de semana.

Ahora a la puerta del supermercado se ponen a veces otros a pedir. Un señor sentado en una silla aparece de vez en cuando. No seré yo quien le recrimine su postura hace muy bien ponerse cómodo, pero Jonathan era otra cosa. Una señora con pinta de rumana también me la encuentro con frecuencia por los aledaños, aborda a los compradores de manera impetuosa para que le den algo.  Solo faltaría que yo le  afeara las formas de conseguir pan para sus hijos, Jonathan era dulce y delicado.
La guerra y el hambre obligaron a Jonathan a abandonar Sudán

Echo de menos mucho a Jonatán. Era y es mi amigo pero no sé dónde se encuentra. Echo de menos sus palabras, sus sonrisas, su alegría en la "desgracia", su calor humano. Me duele no tener algún teléfono o dirección que de habérselo pedido estoy seguro que me lo habría dado. Las páginas de este humilde blog pueden sobrevolar por todo el mundo, existen los milagros. ¡Dónde andas Jonathan, amigo mío!

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