Era una gran ilusión esperar su primer hijo. Silvino y Araceli la estaban viviendo en su cumbre, porque en cualquier momento podía llegar. Cada vez que en los últimos días sonaba el teléfono en la oficina, Silvino se aceleraba pensando que era la llamada esperada, solo al llegar a casa parecía serenarse ante la evidencia de que todo iba bien.
También aquel día al volver del trabajo y ver a su mujer pensó que su impaciencia se adelantaba, más no mucho en esta ocasión. Al poco Araceli le anunciaba de la conveniencia de ir a buscar la cigüeña para evitar prisas y sorpresas. Todo estaba ya preparado, así que tomaron el coche rumbo a su hospital. Era solo cruzar la ciudad, en poco más de diez minutos podrían llegar.
Pero por el centro urbano el atasco circulatorio les iba arañando minutos y Araceli empezaba a dudar de llegar a su lugar a tiempo. La desazón y los nervios comenzaban a invadirla, los primeros dolores, los minutos pasaban y el niño llamaba cada vez más fuerte. Las lágrimas aparecieron en su cara angustiada. Silvino intentaba ganar puestos en las largas colas sacando su pañuelo por la ventanilla y tocando el claxon, pero seguía con la sensación de que el tiempo corría por delante de él. Ahora estaba la circulación cortada, dos coches con un pequeño choque. Bajó del coche y se fue hacía el barullo exponiendo su situación, mientras Araceli seguía allí quieta aumentando sus temores y dolores.
Bernardo pasaba por el lugar con su moto y al captar el cuadro se prestó a llevar a la parturienta sorteando el atasco. Se las vio con la barriga y malestar de Araceli para llegar al hospital. Ya no aguanto más, no puedo más insistía esta, en los últimos metros. Aunque pequeñito a Bernardo le sobraban fuerzas para la ocasión, así que la cogió en sus brazos para subir aquellos escalones de la entrada, y ya comenzaron las prisas y carreras para ponerlo todo a punto.
—Ya está en la sala de partos, le aseguró una enfermera. Bernardo se acercó hasta la puerta nervioso, sin parar de pasear por el pasillo. Al poco tiempo, tal vez un cuarto de hora, apareció de nuevo la enfermera y Bernardo acariciaba la idea de una buena noticia, pero al irse acercando esta, intuyó que no era lo que él esperaba.
—La cosa se ha complicado, los doctores solicitan su permiso para una operación de alto riesgo, no tengo tiempo de más, es urgente, firme aquí le dijo la señorita.
—Bueno yo… balbuceo Bernardo.
—No lo piense, le aseguro que sin la operación el riesgo sería mucho mayor —le contestó la enfermera.
—La cosa se ha complicado, los doctores solicitan su permiso para una operación de alto riesgo, no tengo tiempo de más, es urgente, firme aquí le dijo la señorita.
—Bueno yo… balbuceo Bernardo.
—No lo piense, le aseguro que sin la operación el riesgo sería mucho mayor —le contestó la enfermera.
Bernardo no lo dudó más, firmó. La enfermera corría con el papel, mientras él empezaba a darse cuenta que no era el marido ni de la familia, ni tan siquiera conocido, y había firmado un papel … Pronto abandonó estas ideas para pensar en la suerte de Araceli, en aquel momento le importaba puede que tanto como si fuera su marido, que no acababa de llegar, precisamente cuando más necesario era.
La puerta de la sala se abrió de nuevo, Bernardo se apresuró hacía la enfermera.
—Ya es usted padre, una niña preciosa, la madre aún está bastante mal pero se recuperará, ha sido muy difícil.
Ahora Silvino aparecía al fondo del pasillo, Bernardo fue a su encuentro y se abrazó a él.
—Ya eres padre, lo hemos conseguido. Silvino escucho atenta y emocionadamente lo acontecido de boca del que tan importante había sido y sería para él.
—Ya es usted padre, una niña preciosa, la madre aún está bastante mal pero se recuperará, ha sido muy difícil.
Ahora Silvino aparecía al fondo del pasillo, Bernardo fue a su encuentro y se abrazó a él.
—Ya eres padre, lo hemos conseguido. Silvino escucho atenta y emocionadamente lo acontecido de boca del que tan importante había sido y sería para él.
—Esta niña, tendrá dos padres —bromeó Silvino.
Bernardo sonreía, —He decidido una cosa le contestó: me gustaría ser su padrino.
—Su padrino y su madrina si quieres, pues no faltaba más.
—No, su madrina será mi novia, seguro que la encantará — respondió Bernardo.
Bernardo sonreía, —He decidido una cosa le contestó: me gustaría ser su padrino.
—Su padrino y su madrina si quieres, pues no faltaba más.
—No, su madrina será mi novia, seguro que la encantará — respondió Bernardo.
La enfermera de nuevo: a ver el padre puede entrar. Silvino se adelantó. —No usted no, solo el padre, —le dijo, dirigiendo su mirada hacía Bernardo y dándose la vuelta hacía la puerta.
—Ya ves amigo —dijo Bernardo, la enfermera piensa que yo soy el padre, tal vez como tú has dicho: esta niña tenga, al menos por horas, dos padres, pero tu mujer solo tiene un marido y ese resulta que eres tú. Adelante.
—Ya ves amigo —dijo Bernardo, la enfermera piensa que yo soy el padre, tal vez como tú has dicho: esta niña tenga, al menos por horas, dos padres, pero tu mujer solo tiene un marido y ese resulta que eres tú. Adelante.
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