El otro día mientras una abuela muy abuela de ochenta y tantos o más años cosía su mandil, una de sus nietas se mofaba y reía de ver tantas puntadas en aquel viejo delantal mientras la decía: abuela como gastas tanto tiempo en coser eso. La abuela levantó la cabeza y dijo a su nieta: hija hay que ahorrar que no sabemos lo que podremos necesitar.
Hoy quiero recordar a esa abuela y con ella a todas las abuelas y abuelos que vivieron la guerra y la posguerra y que hoy tienen o tendrían más de ochenta o noventa años, como mis padres y tantos otros de mí pueblo aunque la mayoría no estén ya. Esos viejos, y uso la palabra "viejos" con el cariño y respeto que me infunden. Viejos, que no pasados, como los monumentos y catedrales. Viejos que no peores como los vinos de solera. Viejos que no caducos, como los refranes que nos han transmitido. Viejos que lucharon y padecieron por dejarnos un mundo mejor.
¡Que sabe la nieta de las noches de la abuela zurciendo a la luz del candil! Que sabe de las calamidades de sus abuelos arañando minutos al tiempo, luz a la noche, para sacar adelante a su familia. Familias en la mayoría de los casos numerosas. Ahora se planifica todo, se tienen los hijos justos, unos más puede impedir ir de vacaciones, cambiar de coche o sencillamente dedicarle un tiempo que no se quiere dar. Entonces nuestros abuelos recibían los hijos que vinieran y solucionaban con su inmensa entrega y amor el problema diciendo que donde comían los que ya eran comería una más.
Qué tiempos aquellos de guerras y posguerras, de horas y horas en fábricas, en obras ganando miserias, de carretas de noche a por mies para las eras, de cestas de ropa camino de estanques y pozas. Ropas lavadas a golpe de muñeca en aquellas lavaderas de madera, con mucha agua y un poco de aquel mal jabón. Tiempos de viajes por agua a la fuente, de zapatos cosidos y desgastados de pisar gatuñas. ¡Qué tiempos! ¡Que saben los nietos!
Que saben de manos entumecidas de sujetar el arado, de espaldas encorvadas de pujar cantaros, haces de leña, sacos de trigo y centeno, de noches de frío y de miedo. De falta de todo: de pan, de tocino, de mantas, de leña, de fuego. De horas de angustia buscando el molino. También horas de alegría, de divertirse, con poca cosa, con nada, a la luz del día y pronto para casa porque antes del alba el trabajo esperaba. ¡Que poco tenían! Y que felices cuentan que eran a veces, a pesar de todo, cuando la desgracia no les acechaba.
En las tribus indias, el viejo, el anciano, es respetado y venerado. Algo parecido ocurre en algunos países orientales como la India o China. En nuestra "adelantada" Europa al anciano cada vez se le aparca más, y se le olvida más, llegando incluso a los extremos de "dejarle" en un hospital, para no cuidar de él en vacaciones. Dicen que el progreso se mide por las residencias de mayores y guarderías, pero resulta que no conozco a ninguno que no prefiera vivir sus últimos años con su familia. ¿De qué progreso hablan?
Mal, creo yo, va un país si no sabe querer y respetar a sus mayores. Ellos nos dijeron que de bien nacidos es ser agradecidos y no debemos olvidar todo lo bueno que ellos nos inculcaron, porque además mañana, si Dios quiere, nosotros seremos viejos.
Gabi, Isabel, Inés y Alejandro, les esperan en el Mesón "El Gallo" Mansilla de las Mulas, Carretera Cistierna. El que prueba, repite. ¿Por qué será?
Muchas gracias por compartir. Quería escribir un texto sobre los abuelos y ha servido de inspiración.
ResponderEliminarAquí Estamos, aquí seguimos. Gracias a ti por leerme.
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