Advierto
un tumulto en el rastro de Papalaguinda y me acerco a ver qué pasa. Una
vendedora y un hombre discuten acaloradamente. El señor, con pinta de
pueblerino, asegura que una de las herramientas
usadas que esta tiene a la venta es suya. Ella se sube por las paredes, jurando
por sus hijos que miente. Este sigue
apostando por su verdad y que conoce muy bien la herramienta con la que ha
trabajado así como las marcas que tiene. La marchanta habla de que se está
mancillando su honor, dice que se está
jugando con el pan de sus hijos y amenaza, pero el hombre no cede. Ahora se acercan unas cuantas personas al parecer del clan de la sujeta para seguir
amedrentando e intimidando al presunto dueño. La cosa se pone que echa chispas, el señorín sigue en sus trece pero otro que le acompaña le anima a que
se vayan y se alejan echando pestes poco
a poco.
Todos
nos vamos alejando del corrillo y formando otros más pequeños en los que se
murmura que el hombre seguro que tiene razón, pero instantes antes nadie,
tampoco yo, hicimos nada para que se
sintiera apoyado. ¿Obramos así por cobardía, pasotismo o conveniencia en aquel momento de no echar más
leña al fuego? Probablemente de todo un poco. También es cierto, en nuestro descargo, que al 100% no estábamos los mirones seguros
de nada. Pero pienso que hubiera estado muy bien que al menos viera que no estaba
tan solo aquel hombre.
En
el partido de la tele pitan un penalti, como siempre entre los que estamos en
el bar hay quien está en contra de la decisión arbitral y otros que intentan
aplaudirla y justificarla. Al final se quedan dos en la refriega, ya empiezan
las subidas de tonos y las descalificaciones, aunque sean de rango menor, uno de los contrincantes abandona pero
el otro no cesa como si quisiera convencernos a todos los del establecimiento
que era él quien tenía razón. En este caso creo que casi todos nos dimos cuenta
de que independientemente de la verdad que en el caso pudiera tener lo que
quedaba claro es que era un bocazas.
Sí,
el arte de la palabra también tiene sus complicaciones. Con educación y respeto
nunca debería estar de más, no debería ser la cobardía la que silenciara
nuestra voz, pero como en estos casos apuntados, hay veces que no es tan fácil,
ocasiones en que hasta se puede estar mejor callado. Lo que está claro es que
por levantar más la voz, no se tiene más
razón, tampoco es cuestión de aguantar plomazos por intentar ser educado.
El que calla no siempre otorga, también
hay casos en que no tiene ganas de discutir con idiotas.
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