Me he quedado mirando para ti
fijamente y me he dado cuenta de tu desgracia.
Aquí, desde mi atalaya eras el árbol que primero aparecías más allá de
mi ventana. Hoy cuando mi imaginación caminaba por los más inverosímiles sitios
y mi vista parecía estar abstraída en el infinito, sin apenas distinguir el panorama;
has invadido mi pupila y te he notado triste
y yo también me he puesto triste.
Hoy no es tu vida la que me invade,
tu belleza la que me cautiva, ni tu valentía la que me asombra. Hoy me he dado
cuenta que ya nunca te llegará la
primavera. Los vientos huracanados, las tormentas, los rayos más estruendosos, los pájaros
que te picoteaban, las vacas que te escornejeaban; no habían podido
contigo, amigo negrillo.
¿Qué fue entonces, arbolito
querido, lo que ha hecho que tu copa esté triste, tus ramas secas, tu tallo
encorchado, tu cuerpo desnudo? Sí ya lo supongo, hemos sido nosotros los civilizados, los adelantados. Nosotros y
nuestros "progresos", nuestros tendidos
eléctricos, nuestros humos y poluciones, nuestros sulfatos y contaminaciones.
Eso, estoy seguro, ha sido lo ha que enfermado tus tallos y ha envenenado tu
sabia. Y tú te has ido muriendo así de
pie, como dijo Calderón. De pie, seguro, que todo duele más todavía, porque ya
ningún verde te protege.
Pero dime negrillo amigo: si
estás ya muerto, ¿por qué te obstinas en
seguir de pie? Es que me haces daño al
mirarte. Prefiero mil veces, porque te quiero,
verte tendido o hecho
rueldos para calentar un hogar que verte
así y que te vaya carcomiendo todo sin remedio. Te prefiero enterrado y podrido
por el
lodo, que arañado por el viento y mordido por insectos. No quiero verte
así en lo alto y muerto. ¿Sabes que voy
a hacer? Mañana, si Dios quiere, pediré permiso a tu dueño, te partiré en mil
pedazos y te meteré bajo el suelo, ahí mismo, justo al lado de ese brote
pequeño, que seguro es hijo tuyo y a
partido de tu cuerpo. Quiero que sirvas de abono para ese negrillo nuevo. Que
tu vida sea su vida y acaricie pronto el cielo y vuelva a plantar batalla a las
tormentas y vientos y vuelva a sentirse
firme al más terrible ajetreo.
Y aquí frente a mi ventana,
cuando mi mente abstraída en a saber qué proyectos, o quien sabe qué recuerdos;
aparezca su semblanza, su verdor, su valentía, porque así me infundirá, como tú
lo hiciste antes: valor ánimo, alegría.
C del Río
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